viernes, 12 de diciembre de 2008

Palabras de Ana Guillot en la presentación de "Corazón de níspero"



Video/fragmento de las palabras de Ana Guillot



Un sediento pez (o alguien que se parece al Marqués de Carabás):

Acá hay un viajero, un lector, un cronista. Hay también un niño, telúrico, infinito. La infancia estuvo ahí, y ahora quedó pegada al corazón. Níspero que tiñe de amarillo hasta los dolores más tensos. Oro, habitando ramas y jolgorios. Sol, redondito y pequeño. La curvatura del enigma se abre, mide diez hectáreas, incluye cometas y molinos; vuelos de colibrí, o de perdiz “entre los pastos”. En el espacio idílico de esa infancia, el Gato con botas promete aventuras y riesgos: ha de demostrar que la herencia es un tesoro (y lo será): el abuelo, que se aduerme (antes de que lo roben los piratas); la abuela, que cuenta (fábulas de ratones y fantasmas); el hermano, trampolín para llegar al juego y al monte (“sacramento de manos entrelazadas”). La madre empieza a parir o acaricia; y el padre es, siempre, el héroe principal. Todos ellos son dueños de su canto, del canto de ese niño. En este nido hay olor a humus, tierra fértil, un canto junto al río; y, sobre todo, una perennidad inmune.
En algún momento, el pequeño se convierte en viajero y se aleja, “porque Dios le ha prometido alas”; y el espacio pasa a ser un exilio del terreno acotado y feliz, de la tibieza. En el naufragio, es menester animarse a las despedidas, a cruzar la frontera: ¿entre el terruño y la ciudad?, ¿entre el juego y la vida (la posible hostilidad de la vida)?, ¿entre la juventud y la madurez? El hombre exiliado recuerda con nostalgia, pero asume los desafíos; cruza portales, y gana en certeza y humedad. Desde sus propios costados, el viajero avanza, ama, llora, indaga, apasiona; se extasía de sed y de cansancio; no teme los saltos al vacío, ni las contradanzas; ni lo que, afuera, puedan generar dichas contradanzas. En el camino, cada piedra “acaricia sus pasos, su sombra”. Desde su intensa raíz, la intimidad aflora como un campo en el que la persistencia logrará nuevos jardines, a fuerza de sembrar y florecer.
A partir de los otros, asoma el costado más dolido: las botas ahora asustan, los ríos esconden lápidas acuáticas; la casa de al lado tiene paredes que aúllan (“seguro que algo pasa allá, que algo ocurre”); y el grito de los goles no atenúa, no enmudece lo que la carne entiende y abroquela. El ser social del autor rasga la tarde como un cortaplumas filoso. Es entonces cronista, dolido y perentorio. Gustavo Tisocco no está exiliado de sí, pero conoce el peso del alejamiento; y se conduele con los exiliados afuera-ajenos, aunque íntimos también. En medio de ellos, como una gruesa amenaza, el inquilino (antes ogro o dueño del castillo; siempre sojuzgante), se solaza en su mezquindad, en el que cree que es su destino heroico. El inquilina juzga y discrimina lo que percibe diferente. El inquilino es un gigante (o una hiena, o una serpiente en el patio) que habita el cuerpo social. Que se esconde detrás de un cristal; siempre detrás del balcón, protegido. Este dejà-vu crispa. Es necesario delatarlo.
El tercer espacio, el medular, es el del corazón: de níspero, dice. Allí vuelven a habitar (siempre habitaron) los espacios blancos de la infancia: madre, padre, mañanas a recobrar, música. Allí vuelven a habitar (siempre habitaron) los cuentos infantiles, sus castillos; y el rey pez, en su montaña acuática. El autor dice que hay un niño que no retorna; yo sé que ese niño no es él. Porque él (resciliente o suicida), mira, cuida la casa; sostiene el asombro, la benignidad, la inocencia más vertebral, la mejor. Deja que lo “atraviese el viento”. Ama (“colmenas en el pelo del amado”), sostiene su anhelo (lo ha sostenido, “clava allí sus banderas”). Si hasta en el fondo del mar “florecen jardines”, no parece improcedente suponer (desear) que el carozo del fruto esté intacto.
Estos poemas, extraídos de su libro “Desde todos los costados” invitan al oyente a recorrer su mismo trayecto, sus vicisitudes. La palabra, en su oralidad, fluye; pero golpea. Parece amable, pero es honda. Las imágenes son remitentes al más puro fulgor o a sonidos coloidales, escombros de lo que la humanidad quiere soslayar y no puede. Se impone la voz, desnuda, por encima de la musicalización; y, de a ratos, emergen los sonidos de la naturaleza o los silencios que, en este formato, adquieren una dimensión tan frontal como la del sonido. La palabra dicha (y no leída) es un murmullo, o un grito. Una conversación en la que quien monologa nos tiene, como mudos interlocutores, contra las cuerdas. Mientras escuchamos respiramos al unísono, y callamos. Pero nunca permanecemos indiferentes. Cuando hay poesía, el efecto del imaginario nos puebla de igual modo, sea oral o escrito. Cuando hay poesía, siempre es octubre; y el barco retorna al niño, lo resucita (creo igualmente, repito, que siempre estuvo allí). No ha sido fácil para el hombre volver a trepar las ramas gruesas y lanosas, los resplandores. Sin embargo, ahora, en el resumen del tiempo, la nada es felicidad, y huele a níspero. Desde todos los costados (amoroso, conciencia o intimidad), el beso detenido es una gloria, y es allí, exactamente allí, donde “siempre anidan los pájaros”.

Ana Guillot

jueves, 11 de diciembre de 2008

Palabras de Luis Benítez en la presentación de "Corazón de níspero"



Video/fragmento de las palabras de Luis Benítez



PRESENTACION DE “CORAZON DE NISPERO”, de GUSTAVO TISOCCO, Teatro General San Martín, 10 de diciembre de 2008.



En la isla de Malta, en el Templo de los Caballeros de San Juan, hay muchas pinturas. Una de ellas, es fundamental para la historia del espíritu occidental. Lo es, porque marca exactamente el antes y el después de un cambio decisivo. Se trata de una gran pintura, por su importancia antedicha y también por sus dimensiones estrictamente físicas. Su título es “El degüello de San Juan Bautista” y marca el cambio de la sensibilidad renacentista a la decididamente moderna. Fue pintada por un exiliado, un prófugo llamado Caravaggio (en realidad se llamaba Michelangelo Merisi), apenas comenzado el siglo XVII. Durante su breve vida, fue contemporáneo y probablemente no lo supo, de Miguel de Cervantes Saavedra, Luis de Góngora, Lope de Vega y William Shakespeare. “El degüello de San Juan Bautista”, como tantas obras maestras, fue pintado por obligación y, más discretamente, por encargo. Caravaggio necesitaba ser nombrado Caballero de San Juan para quedar impune de algunos crímenes, pocos para su tiempo, que le habían sido adjudicados en Italia, algunos de ellos no sin razón cierta. Era un gran artista y además, un notorio criminal. Este asesino que cambió la sensibilidad de su tiempo, que de alguna manera mató lo que sentían hasta entonces sus contemporáneos, en aquella tela enorme que pintó apurado por la amenaza de la horca, registró el cambio de un tiempo anterior, el que había reflotado la idea de una belleza ya despojada de sus disfraces sobrenaturales, religiosos –una idea, por otra parte, exhumada de la antigüedad clásica, la de aquel cambio propiciado por el Renacimiento- por una idea nueva de lo que debía mostrar el arte de allí en adelante.
“El degüello de San Juan Bautista”, en tamaño natural, nos muestra una celda lúgubre, donde un sicario brutal le corta el cuello a un santo, mientras un guardia vela porque se ejecute la sentencia, otro hombre se espanta del crimen al que asiste obligado y una anciana se horroriza del acto del sicario. Ninguna de las dos últimas figuras puede hacer nada para que la sentencia contra el profeta de un nuevo tiempo y de un nuevo hombre no sea implacablemente cumplida. Se trata del avasallamiento de toda razón y justicia, de toda idea de belleza ética –ya que la ética implica en sí misma una idea de belleza moral- abatida por el poder fáctico. La muerte de un profeta, San Juan Bautista -nada menos que el anunciador del más grande profetizador que reconoce Occidente- no puede ser evitada por las dos personas de bien que, al menos, podemos reconocer en la escena. Y también, se trata de una profecía: el advenimiento del “tiempo de los asesinos”, situación sintetizada por Rimbaud, repetida por Rimbaud, algo más de dos siglos después, buena muestra de la importancia y la vigencia posterior del aviso apresurado de Caravaggio.
Todos los que escribimos hoy, somos descendientes de esa visión de Caravaggio, plasmada en “El degüello de San Juan Bautista” apresuradamente, con la cuerda prácticamente al cuello. Sólo que para él, que murió tan joven, alcanzó con plantear en un cuadro genial el corte, la fisura, el cisma entre una sensibilidad anterior y otra con futuro.
Nosotros, la posteridad de Caravaggio, tuvimos la tarea de seguir mostrando qué espacio, entre el horror, podía seguir ocupando la belleza, después de que el Caravaggio nos mostrara que se podía mostrar al mismo tiempo el horror y la plasticidad de su belleza. Ya no pudimos, como antes, invocarla en estado puro, como simple y escueta belleza. Tuvimos que apelar a nuestros mayores recursos para pintar un mundo donde tuviesen su espacio tanto el horror como la belleza y, también, toda la escala de grises entre ambos extremos.
Es por ello, por esta tarea tan difícil, que leer un libro u oírlo, como es el caso de “Corazón de Níspero”, de Gustavo Tisocco, obliga primeramente a escuchar cómo el autor da cuenta de tan complicada tarea.
Ser un autor moderno, o si prefieren hablar del arrabal y consecuencia de la modernidad, un autor posmoderno, no es tarea fácil. Además de la que encomillo adrede “pesada herencia de Caravaggio”, uno tiene que dar cuenta de otras deudas. En principio, tiene que hacer una delicada elección de los recursos estilísticos que va a emplear. Debe optar entre un sinnúmero de discursos posibles y, lo que es aun más complicado, debe realizar una síntesis de los mismos para adquirir una voz propia.
Al abordar los textos de un autor nuevo, uno no puede entonces menos que hacerse unas tremendas preguntas: ¿Cómo lo hizo él? ¿Cómo se las arregló para lidiar exitosamente contra tales exigencias? ¿Cuál es el camino personal por el que optó? Desde luego, a fuerza de ser sincero, y poco político literariamente hablando –algo que ya es mi costumbre- tengo que decir que tanto en 1980 (el tiempo de mi generación) como en la actualidad, en calidad de lector, suelo ser defraudado por la propuesta de muchos pretendidos autores. Esto no es simpático, desde luego, ni ayuda a hacer amigos, también desde luego, pero si usamos a la poesía para parecer simpáticos y para hacer amigos, sería bueno que nos dedicáramos a otra cosa. Definitivamente a otra cosa, para bien nuestro, de nuestros semejantes y de la misma poesía.
Es mejor que nos quedemos con la poesía que sí responde a estas exigencias, que son sólo algunas de las tantas que tiene el género en nuestro tiempo, y que prefiramos dejar a lo que no es poesía en la caja siempre llena de los buenos o regulares o malos intentos, tal vez bien intencionados, pero no acertados intentos.
Cuando me invitan a presentar a un autor, si no me gusta lo que escribe, tengo cómo fundamentarlo, pero prefiero no aceptar la invitación, argumentando algo falso pero cordial; será preferible siempre que sea así.
Por el contrario, presentar a un autor que nos interesa siempre será algo similar a una fiesta, similar a un buen momento –eso es lo que recordamos al hablar de él- un buen momento que es el de la lectura, el de las varias lecturas, que hemos hecho de él. Las palabras de un autor respecto de otro, siempre son las palabras de un lector agradecido. Presentar los textos de un autor que nos gusta, es una forma de agradecer lo que ha hecho por nosotros: nos brindó, generosamente, una buena linterna para ver un camino nuevo que atraviesa la bifurcación del arte y la literatura occidental presentada apresurada y exactamente por Caravaggio y todo su desarrollo posterior.
Leyendo a Tisocco, escuchando sus poemas en la voz de Orlando Carrafiello, encontré que había otra forma además de las que ya conocía, para evidenciar la belleza en medio del horror, cuando un autor tan sensible e inteligente como nuestro poeta nos brinda el atajo, la senda trasversal, una nueva manera de acometer la hoy ya vieja y siempre nueva empresa, la que cada autor de nuestro tiempo debe enfrentar, librado a las posibilidades y también a las posibles falencias de su propia voz.
Aprecié con el oído lo que leí, simultáneamente, con la mente: que el autor de “Corazón de Níspero” domina el preciso registro que lleva a entender que no son válidas las búsquedas exclusivamente porque respondan a algo tan difundido por lo que podemos llamar un tendencia imperante en nuestro tiempo entre los autores jóvenes; esa tendencia a “contar lo que me pasa adentro”, como si ése fuera el único valor posible. La poesía, ya sabemos, no tiene predilección especial por los sucesos acaecidos en las achuras del autor; más bien, lo que le sucede a quien la escribe la tiene muy sin cuidado, en cuanto no tenga relación íntima con lo que le sucede a ella misma. La poesía es autorreferencial: sólo le importa ella misma. Si no damos cuenta de lo que a ella le sucede, si sólo nos fijamos en nosotros, nos abandona rápida y muy notoriamente.
Tisocco evita este peligro del modo más difícil, pero también, del modo más efectivo. Tiende un puente entre lo íntimo y lo universal. Sabe qué le sucede a la poesía de nuestro tiempo y asimismo, no sólo qué le sucede a él, sino también, cuál es la relación entre ambos mundos, que son uno.
Lo difícil en cualquier era de la poesía, es hacer lo que hace Tisocco: mostrar el puente entre estos dos universos, porque se necesita del encuentro de ambos, para escribir un solo verso.

...................................GRACIAS.

Luis Benítez

domingo, 7 de diciembre de 2008

Regalo de Darío Shnitz para mí.



Hola señor letra carne, esto es para tus letras.

.................. Acontece un entrever
..................indecente,

........música sin violines, ni pianos

........ ni guitarras, tampoco
........saxos-sexos.

........ solo un alguien
........ con el poema
........ extraído del manicomio
..............del pensar-penar celeste

complementándolo al lugar.

............ Sublimes bestias
........... pintadas oyendo
.......... imágenes dormidas
....... de los sentados.

El beso de la lectura
.. corta instantaneamente
.... a ese lector atroz,
....... como deseado
......... por un amor, placer
.......... no lindero al libro
............ aún no escrito...

Dharios (Darío Shnitz)